La Sombra del Amor

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La Sombra del Amor es una alegoría en la que el autor, Antero Jiménez Antonio, jugando con mitos y símbolos, en un lenguaje también simbólico, va construyendo, a través de una sencilla narración, toda una filosofía de vida, naturalmente, tomando al amor como el motor que impulsa todo lo vital, hasta el punto de convertirse en la única manifestación anímica de cuyos matices surgen las demás.

Ignacio, intenta combatir su soledad cambiándola por ficción, pero muy pronto se da cuenta de que hay algo dentro de él que va mucho más allá que su propia fantasía. Es algo que no sabe identificar pero que poco a poco va reconociendo a través de sus propios ensueños en los que, al parecer, su padre se aparece para guiarlo hacia la meta definitiva, que, según palabras del autor, es el reconocimiento del amor que sólo existe dentro de nosotros pero que necesita para su concreción de las sombras como en el mito de la cueva de Platón en el que las ideas son reconocibles por las sombras que se proyectan en el interior de la cueva.

Todo en esta alegoría, como se ha dicho, es simbólico, y el autor juega también con el paisaje convirtiéndolo en reflejo de la propia sensibilidad del personaje que narra, y en imagen de las interacciones entre los dos protagonistas, Ignacio y el amor. Pienso que para el autor el hecho de la narración tiene muy poca importancia pero no así el tono de la misma que, desde un impresionismo, fácilmente reconocible en las primeras páginas, va lentamente evolucionando hacia tonalidades más expresionistas en las que los sentimientos empiezan a imponerse por encima de los acontecimientos externos. No obstante en ningún momento abandona del todo los tintes impresionistas para ser rematados con la bellísima estampa con la que el autor pone punto final a la obra. Pero lo más importante para el autor es la evolución de su propio pensamiento filosófico que en este cuento pasa desde el rechazo del realismo a ultranza, tal vez pasando por el idealismo platónico a un existencialismo, probablemente exagerado, pero en el que el autor parece creer sin dejar resquicios a las dudas.

Como en toda su obra literaria, la descripción del paisaje cobra un protagonismo especial, elevándolo, Antero Jiménez, en este cuento, a la categoría de personaje esencial que junto al tiempo, en un juego de simbología abstracta, van configurando un concepto filosófico, pero novedoso, de lo que entiende el autor qué es eso llamado amor.

 

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