LA FELICIDAD

PEQUEÑOS ENSAYOS

¿Qué es la felicidad?

Escribir un ensayo muy corto sobre la felicidad y, que, además, sea asequible a cualquier lector (que es lo que me propongo), creo que va suponer un auténtico reto, no sólo por cuantas implicaciones tiene esta palabra, sino, fundamentalmente, porque desde hace muchos siglos, ni filósofos, ni psicólogos, ni científicos y, mucho menos, antropólogos y sociólogos, nos ponemos de acuerdo para poder definir de una forma clara el significado de este concepto.

A mí, particularmente, me gusta empezar a desmenuzar un concepto analizando o, al menos, simplemente recordando la etimología de la palabra que contiene dicho concepto. Sin duda procede del latín, bien del sustantivo Felicitas felicitatis que traducimos por Felicidad, suerte, o del adjetivo Felix felicis cuya traducción sería fecundo, fértil, feliz, afortunado. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua, encontramos cinco acepciones en su intento de definir esta palabra. Tres de ellas en su penúltima edición y las dos posteriores en la última de las revisiones realizadas por los académicos de la lengua: “Estado de grata satisfacción espiritual y física”. “Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz”. “Ausencia de inconvenientes o tropiezos”. “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. “Satisfacción, gusto, contento”. No voy a tratar de establecer ningún tipo de controversia alrededor de estas definiciones, pero, y sólo bajo mi punto de vista, aquella que me parece que más se acerca al verdadero concepto de felicidad es la primera de ellas, es decir “Estado de grata satisfacción espiritual y física”. Esto tampoco significa que considere no acertadas el resto de las definiciones ya que responden al uso que, en nuestro lenguaje, hacemos de la palabra felicidad.

Pero ni siquiera esa definición que he elegido como más próxima al concepto lo define en toda su profundidad, sencillamente porque el concepto responde a una complejidad tal que habría que buscar muy diversas interpretaciones para poder abarcarlo. Mientras la filosofía intenta estudiar el concepto desde las distintas corrientes del pensamiento, la psicología trata de determinar qué factores endógenos pueden determinar que el individuo alcance ese estado. La sociología intenta analizar los factores sociales que incidirán en su consecución. La antropología nos va a mostrar cómo se ha concebido en distintas culturas. Mientras tanto la ciencia trata de encontrar los procesos bioquímicos que pueden producir ese estado.

Considero un verdadero atrevimiento por mi parte el aventurar una definición que nos lleve a lo más profundo del concepto, pero no obstante voy a intentar aproximarme a él desde lo que podríamos llamar nuestra propia percepción. Está muy claro que la felicidad es un estado anímico que tiene que ver con nuestra percepción del mundo que nos rodea pero que, al mismo tiempo parte de nuestro propio interior. Observa que el mundo que nos rodea son todas nuestras circunstancias, pero al mismo tiempo es el resultado de nuestras interacciones con nuestro exterior. Pero no olvidemos que la percepción es un proceso mediante el cual una persona, selecciona, organiza e interpreta los estímulos, para darle un significado a algo. Significa que la realidad exterior a nosotros es el resultado de una interpretación y por lo tanto esa percepción va a depender mucho de nuestro mundo interno que va a ser quien seleccionará, organizará y por último interpretará. Creo que bajo esta perspectiva nos encontramos en condiciones de afirmar que la felicidad es un estado interno, una predisposición para juzgar de manera benévola nuestras propias circunstancias.
Amigos míos, creo que hemos llegado a lo más profundo del concepto, por eso habrás escuchado muchas veces, y procedente de diversas fuentes, que la felicidad tenemos que encontrarla en nosotros mismos.

Sobre la felicidad y los errores

Caminodelafelicidad

 Quizás la primera obligación de cualquier persona es ser feliz y hacer felices las vidas de cuantos le rodean. Mas es la mala interpretación de nuestras propias limitaciones, la que, en ocasiones, impiden cumplir con esta necesidad absoluta.

Las limitaciones humanas nos avocan a cometer muchísimos errores. Absolutamente todos los cometemos. Los sabios y los necios, los tontos y los listos, los buenos y los malos. Eso es algo que siempre debemos tener presente en nuestras vidas (los necios, lo son por creerse casi perfectos). Si hiciéramos un balance de gran parte de la vida de cualquier persona y lo comparáramos con otras vidas, podríamos concluir que nadie comete más errores que nadie, todos cometemos centenares de ellos e incluso, es posible que no pasen demasiados días sin cometer alguno. Pero nunca debemos decir, aunque lo creamos cierto, “yo cometo demasiados errores”. Si queremos ser felices tenemos que ser conscientes de nuestras limitaciones para estar atentos, en cada una de nuestras acciones, a la posibilidad de error, pero si actuamos así, probablemente, las personas normales cometeremos los errores que tenemos que cometer y el número de ellos no dependerá de nosotros mismos, sino de muchísimos factores que son ambientales (cuando hablo de factores ambientales, siempre me referiré a las circunstancias que cada persona vive y no olvidemos que las circunstancias es algo ajeno a nosotros). Nuestros errores son una de las principales causa de infelicidad, porque solemos sentirnos culpables de ellos y como consecuencia culpables del daño que esos errores causan. En efecto, lo que nos produce esa infelicidad es nuestro sentido de culpa por sus consecuencias.

Si bien no debemos sentirnos culpables de nuestros errores (por las razones expuestas), sí que debemos repararlos en la medida que podamos hacerlo y esa reparación, sólo por el hecho de intentarla nos causará felicidad. Sentiremos la satisfacción de haber aprendido de nuestro error. Será grande nuestro enriquecimiento espiritual por haber crecido en sabiduría, y sentiremos, como nuestra, la satisfacción de los que sienten que han sido reparados, o de los que se dan cuenta de que la vida les ha sido un poquito más justa. (No olvides nunca que aquellos que padecen nuestros errores, hijos, padres, hermanos, familiares, amigos, gente en general, los sufren en sus propios intereses o en sus sentimientos y consideran injusto tener que pagar los errores que otros cometen y nunca piensan que ellos también los cometen).

 Sobre nuestras actuaciones

Algunos psicólogos sugieren que, de vez en cuando, tenemos que revisar nuestra vida, mirar atrás y hacer un balance Quedebohacerde lo que veamos en ese recorrido retrospectivo. Yo, personalmente, puedo estar más o menos de acuerdo, por supuesto que debemos mirar de vez en cuando en nuestra propia historia, pero siempre que eso suponga una voluntad de aprendizaje y nunca para lamentarnos de nada, sino, más bien, para sentir plenamente que hemos vivido lo mejor que hemos sabido y, por lo tanto, sentirnos satisfechos de nosotros mismos. Para cerciorarnos de que siempre hemos intentado hacer lo mejor aunque, en ese intento, nos hayamos equivocado. Debemos pensar en todo momento que si, con todas nuestras fuerzas, hemos querido hacer las cosas bien, debemos sentirnos satisfechos por ello. Los resultados sólo deben servirnos para esa rectificación de la que hablaba en el anterior capítulo, para aprender. Debemos, en este aspecto, obrar como verdaderos científicos que infieren de los resultados, entre otras cosas, la bondad del método para luego cuestionarse o no la hipótesis que ha servido de base a su forma de actuar. Salvaguardando las enormes distancias entre lo que es el Método Científico y la inevitable subjetividad del análisis de nuestra conducta, sí que se puede establecer un paralelismo entre las consecuencias de nuestros actos y la bondad del “método”. Pero quiero que observes que hablo de “bondad del método” y no hablo de la bondad de la conducta. Ciertamente no voy a entrar en esta breve reflexión en un análisis del método que nos lleva a la elección de una forma de conducta u otra, puesto que eso sería complejo y prolijo dadas la muy diversas variables que inciden, desde condicionantes reflejos, ideología, hasta la última de nuestros pensamientos, es decir, toda la complejidad de lo que es nuestra personalidad y nuestro carácter Si bien es cierto que si acertamos en ambas cosas, método y conducta, nuestra satisfacción es doble, a ti, lo que más debe interesarte es la conducta que tan sólo la puedes medir en base a las intenciones, nuestra conducta sólo será mala si se ha movido para inducir el mal en el sentido más amplio, pero nuestra conducta será buena cuando estaba guiada a conseguir un bien. No obstante, los resultados no tienen por qué ser lo que nosotros esperamos o lo que los demás esperan de nosotros de modo que podemos estar seguros de que, si nuestra intención fue buena, el error se debe al método. Si constatamos que el método no ha sido bueno a tenor de los resultados, habremos aprendido a que tenemos que idear un nuevo método. Nunca haber errado en el método debe causarnos infelicidad, sino, por el contrario, la satisfacción de haberlo descubierto y de tener la posibilidad, en un futuro, de utilizar otro distinto a la espera de mejores resultados. Tenemos que interpretar que la vida es así, un continuo aprendizaje desde que nacemos y, lo mismo que no le damos importancia a los malos resultados de cualquier acción de un niño, porque comprendemos que está aprendiendo a vivir, lo mismo, exactamente debemos hacer con nuestros propios resultados. ¿Hay que lamentar los daños causados?, por supuesto que sí, pero ese sentimiento no tiene por qué restarnos felicidad ya que debe estar acompañado de otro sentimiento, el deseo de rectificar en lo que sea posible. Debemos pensar: “Siento lo que ha ocurrido por yo haber obrado de esta manera, siento dolor, pero hice lo que sabía y no obré a la ligera, ¿qué puedo hacer para contrarrestar este mal?…” Ante esa pregunta valoraremos lo que está en nuestras manos y de nuevo actuaremos con nuestro mejor saber, es decir con el método que en ese momento creemos que es el más adecuado, con decisión y sin miedo a volver errar.

¿En qué consiste la felicidad?

Aristóteles pPensativo y tristeensaba que todos estamos de acuerdo en la necesidad y el deseo de ser felices, pero no nos ponemos de acuerdo en cómo llegar a ella. Ciertamente, este filósofo, en su realismo, admitía que algunos medios humanos son útiles para alcanzarla, pero negaba que esos medios fueran algo más que una ayuda y, en cualquier caso, no necesaria, aunque haya mucha gente empeñada en basarla en esos medios. Es un grave error basar la felicidad en la posesión de riquezas, o en el puro placer, que sólo son medios de los que he hablado. Sociológicamente sabemos que la riqueza es un medio para conseguir placeres o, para conseguir honores aunque esto último, los honores no son sino halagos de la propia vanidad que producen, igualmente placer a quienes los obtienen. Todos sabemos y así lo admitía Aristóteles, que, a pesar de que nuestra meta debe ser la auténtica felicidad, hay muchas personas que convierten las riquezas en su centro de atención. Es cierto que para Epicuro, hedonismo, la felicidad consiste en evitar el sufrimiento y por lo tanto en conseguir el placer, pero como hemos visto, la sociología no confirma esa postura, puesto que la felicidad, la podemos encontrar en cualquier condición humana, ricos, pobres, personas de cualquier raza o religión o que habiten en cualquier parte del mundo. Para el Eudemonismo que parte de Aristóteles, “ser feliz es alcanzar las metas propias del ser humano”, es decir autorrealizarse. Esta, en efecto, es una de las posturas de la filosofía griega, sin olvidar que para el cinismo o el estoicismo, “ser feliz es ser autosuficiente, valerse por sí mismo sin depender de nada ni de nadie”. Tampoco, sociológicamente podemos estar de acuerdo con esta postura puesto que supondría negar la posibilidad de ser felices a muchos que padecen minusvalías que los hacen dependientes. Sabemos no sólo de la felicidad de muchos que padecen el síndrome de Down sino, también de la felicidad que proporcionan a cuantos les rodean y eso a pesar de que muchos de ellos son tremendamente dependientes.

Felicidad 3El concepto de Aristóteles es el más próximo, dentro de la filosofía clásica, al que propuse en mi anterior entrega, aunque también se aproxima el de los racionalistas como Leibniz que nos predica que la felicidad depende de la voluntad ya que supone la adaptación de ella a la realidad. Pero tal vez, con quienes estemos más cerca es con los filósofos del Nuevo Pensamiento (New Thought, movimiento surgido a mediados del XIX en los Estados Unidos). Para ellos, y esa es mi propia opinión, “la felicidad es una actitud mental que el hombre puede asumir conscientemente, es decir, es una decisión”. Así llegamos a lo que especialmente nos interesa:

SI QUEREMOS SER FELICES, LO PRIMERO QUE DEBEMOS HACER ES TOMAR ESA DECISIÓN. En próximas entregas veremos todo lo que atañe a esa decisión y qué pasos deberíamos ir dando para alcanzar esa deseada felicidad.

Podemos resumir las conclusiones de las dos entregas anteriores:

  1. La felicidad es una necesidad irrenunciable.
  2. La felicidad es algo interno e independiente de nuestras circunstancias.
  3. La felicidad es una actitud ante el mundo exterior a nosotros.
  4. El primer paso para alcanzar la felicidad es tomar, de manera firme, esa decisión.Sonriente

Este último punto, esta última conclusión es fundamental. No podemos ser felices sin esa decisión, consciente o inconsciente. Llegado aquí, alguien podía alegar “yo soy feliz y nunca que recuerde, hice un alto en mi vida para decidir ser feliz”. También encontraríamos el ejemplo contrario, el de alguien que un día quiso ser feliz, decidió serlo y nunca lo consiguió. Ambos casos son totalmente ciertos, pero ambos casos tienen algo en común.  Se trata del que he señalado como el punto 3. La decisión de ser feliz no es necesaria tomarla cuando ya se es, y se es, PORQUE NUESTRA ACTITUD ANTE NUESTRAS CIRCUNSTANCIAS ES DE BENEVOLENCIA. En el caso de haber decidido ser felices y no lograrlo es, precisamente, porque nuestro fallo está en nuestra actitud. Alcanzaremos la felicidad CUANDO SEAMOS CAPACES DE CONFORMARNOS CON NUESTRA SITUACIÓN EN EL MUNDO, sin presuponer que conformidad significa inmovilismo. Precisamente, conformidad, es la actitud, que debemos tener, ante todo lo que nos rodea, bueno y malo PERO, SÓLO Y EXCLUSIVAMENTE, EN UN PRESENTE FUGAZ, ya que de lo contrario sería resignación, y no es de eso de lo que hablo. La actitud y la decisión sería: “VOY A TRATAR, CON TODAS MIS FUERZAS, DE MEJORAR LO BUENO Y ELIMINAR LO MALO”. Amigos míos, creedme, esta es la actitud que necesitamos y la que, indudablemente, nos llevará a los máximos grados de felicidad y os aseguro que con cada conquista que logréis en esa importante decisión, será, mucho más que una victoria, será, nada más y nada menos, que pasos de gigante hacia vuestra total autorrealización.

Parece que con esta forma de enfocar la felicidad y su consecución, echo por tierra la teoría de Maslow sobre “la jerarquía de necesidades humanas”. No es esa mi intención, aunque tampoco creo que dicha teoría haya que tomarla como una ley absoluta de la psicología, es sólo una teoría que, como tal, tiene sus bondades y sus defectos. En la próxima entrega entraré en el análisis de esa jerarquía de necesidades, aunque sólo sea para relativizarla, sin quitarle el valor indicativo que tiene.

En la anterior entrega sobre la felicidad, argumento que sólo nuestra propia voluntad puede llevarnos a ella, haciendo cambiar nuestra actitud, desde nuestro mundo interior, hacia nuestras circunstancias para que nuestra percepción de ella sea benevolente. No obstante, se podría alegar que no siempre resulta sencillo mantener esa actitud y como consecuencia la felicidad puede resultar inalcanzable. Es cierto, pero sólo en casos muy particulares, como cuando… alguna enfermedad nos lo impide, llámese depresión o estado de alta ansiedad motivado por la circunstancia que sea. Creo que tendré que dedicar u capítulo de esta serie de entregas al análisis de algunos mecanismos fisiológicos que inciden sobre la felicidad. Resultará interesante ver cómo la presencia de ciertos neurotransmisores, no sólo pueden modificar nuestras percepciones, sino que inciden en nuestra conducta. De momento, en esta entrega voy a centrarme en las necesidades humanas y en la repercusión de esas necesidades en nuestra percepción del mundo.

En 1944, Maslow publicó un estudio de las necesidades humanas jerarquizadas, reflejando esa jerarquía a través de una pirámide (conocida como Pirámide de Maslow). Ver gráfico.

PiramideEn la base de dicha pirámide colocó las necesidades más básicas y así irían ascendiendo hasta llegar a la cumbre en la que estaría la necesidad de autorrealización. Este psicólogo advierte que esa jerarquía es completamente determinante, en el sentido de que sólo sentiremos las necesidades más superiores cuando hayan sido satisfechas las inmediatamente inferiores. Pienso que la teoría de Maslow no puede tomarse sino como algo puramente indicativo y aunque su éxito ha sido innegable en el mundo de las relaciones humanas (ha revolucionado el mundo de la publicidad y las relaciones empresa-trabajador, puesto que esas necesidades, pueden constituir Piramide2incentivos por los que no movemos los seres humanos), aunque es innegable la necesidad de autorrealización para sentirnos felices, considero que esa autorrealización no tiene por qué considerarse exigente de la cobertura de otras necesidades más básicas. Es más, se podría prescindir perfectamente de algunas de las necesidades sociales sin que ello impidiera la autorrealización, incluso, profundizando más, la fijación en la necesidad de reconocimiento social, puede suponer en ocasiones la manifestación de un complejo, cuando no, el deseo de poder a través de la notoriedad no acaba con nuestra posibilidad de ser felices ya que esa necesidad puede ir creciendo y convertirse en convulsiva. La ambición de dinero y reconocimiento social, aunque se logre, no supone autorrealización cuando esa necesidad no queda satisfecha.

Concluyo esta entrega diciéndole a mis amigos que debemos tener en cuenta la Pirámide de Maslow a la hora de analizar nuestras insatisfacciones, pero nunca debe ser el programa que guíe nuestra vida, por el contrario, de cuantas más “necesidades” prescindamos, más felices podremos llegar a ser. Por ello no os pido que os convirtáis en ascetas, ni en ermitaños ni en anacoretas. Aunque debo decir de paso, que los ha habido y que sin duda, habiendo renunciado a cuantas necesidades propugna Maslow, se han sentido realizados y felices según nos cuentan sus biógrafos.

Creo que, en el estado actual de la ciencia, nadie pone en duda que nuestro organismo funciona como un gran, y casi perfecto, laboratorio químico. Esto parece restar lo que de romántico tiene nuestra vida, produciendo una gran decepción cuando somos conscientes de ello. No es el corazón quien manda en los sentimientos, sino una serie de sustancias bioquímicas. No obstante, hay una realidad que está por encima de lo que podríamos llamar la máquina de nuestro organismo, y es nuestra capacidad para modificar su funcionamiento en el sentido que deseemos y en ello, naturalmente, ciframos nuestra libertad. Sin esa capacidad seríamos puros autómatas no responsables de nuestra propia vida. Pero no podemos olvidar que hasta el más complejo de nuestros pensamientos es el resultado de, también, complejas reacciones químicas en las sinapsis neuronales (uniones entre las neuronas). No sólo nuestros pensamientos, sino nuestros sentimientos e incluso nuestras acciones motoras están regidas por estas singulares reacciones químicas. Esto se hizo evidente a partir del primer tercio del siglo XX, con el descubrimiento del primer neurotransmisor (los neurotransmisores son moléculas que se segregan en las terminaciones nerviosas y tienen como misión, la trasmisión de la información, modificando la polaridad de esas terminaciones). La secreción de estas sustancias  será, también, las responsable de nuestro estados de ánimo, de ahí la importante implicación psicológica de estas sustancias.  Precisamente por esa misma implicación, no podía faltar un capítulo sobre fisiología neuronal en el estudio de la felicidad. NeurotrasmisoresEn 1973, fue descubierto un nuevo neurotransmisor, la endorfina que junto a otros neurotransmisores, como la dopamina y la serotonina, son los encargados de contribuir a nuestro estado de ánimo. Tanto es así que a estas sustancia se las ha llamado “las hormonas de la felicidad” (no voy a entrar en la diferencia entre  neurotransmisores y hormonas). De las tres sustancias citadas, bajo mi punto de vista, van a influir, con toda seguridad en nuestro bienestar y, por lo tanto, van a tener una interacción importante en nuestra felicidad. Pero de ellas las endorfinas son las que tienen una mayor incidencia en nuestra felicidad su importante papel en nuestro organismo:

  • Reducen el dolor (su poder analgésico es una 20 veces mayor que cualquier analgésico que podamos adquirir en una farmacia)
  • Promueven la calma y mejoran el humor  (reduce o elimina nuestros estados de tensión y estrés, contrarrestando los niveles elevados de adrenalina asociados a la ansiedad)
  • Crean un estado de bienestar (nos proporcionan sensación de placer)
  • Retrasan el proceso de envejecimiento
  • Potencian las funciones del sistema inmunitario

El déficit de las sustancias citadas produce muchas enfermedades y entre ellas, la depresión. Es, por lo tanto, necesario conocer estos mecanismos para poder luchar contra esta tremenda enfermedad psíquica. Si queremos ser felices, ¡y queremos!, debemos saber cómo podemos hacer para que se segreguen en suficiente cantidad nuestro torrente sanguíneo. ¿Cómo nos recargamos de endorfinas?… Cuando realizamos algunas actividades que nos agradan, nuestra actitud y estado de ánimo mejoran, lo que provoca un flujo mayor de endorfinas. Por tanto, lo mejor es optar por aquellas que nos resulten más beneficiosas con efectos inmediatos. A continuación, algunas alternativas:

Procura reír y sonreír siempre que puedas: La risa y la carcajada son las mejores fuentes de endorfinas; así lo demuestran los estudios realizados sobre risoterapia. Se ha comprobado la influencia que tiene la risa sobre la química del cerebro y del sistema inmunitario. El solo hecho de reproducir el gesto de la sonrisa ya hace segregar endorfinas, por un mecanismo similar al que nos hace segregar saliva con sólo oler o pensar en una buena comida.Sonrisa

  1. Disfruta de la naturaleza: El contacto con el ambiente natural nos llena de energía y buen humor. La atmósfera cargada de iones negativos estimula la secreción de endorfinas.
  2. Deja fluir tu mente: Las endorfinas se segregan en mayor cantidad y facilidad cuando nuestra mente no está ocupada con pensamientos que nos tensan. Lo más conveniente es practicar técnicas de relajación.
  3. Escucha música: La música melodiosa es capaz de provocar una importante liberación de endorfinas, por eso se emplea con muchísimo éxito como terapia analgésica (contra el dolor).
  4. Trabaja contento.
  5. Las caricias, el masaje, los besos y hacer el amor con mucho amor.
  6. No olvidar que la tristeza y el estrés hacen desaparecer las endorfinas.
  7. Una autoestima alta nos garantiza altos niveles de endorfinas.
  8. Ver siempre el lado bueno y positivo de las cosas.
  9. El dolor provoca la producción de endorfina, para contrarrestarlo. Pero no es razonable provocarse dolor.
  10. Algunos alimentos contribuyen a la producción de endorfinas:

El chocolate. Las frutas, los vegetales y los cereales integrales, la avena, la miel de abejas. También son aconsejables los productos derivados de la soja. Los alimentos picantes estimulan la producción de endorfinas, parece ser que por el dolor que provocan en la lengua y boca.

Resumiendo, debemos adquirir hábitos que estimulen la producción de endorfinas para asegurar que siempre nos sintamos bien. Como se ha dicho la relajación es muy importante, por eso en la próxima entrega veremos las técnicas para conseguir esa necesaria relajación.

Artículo sobre la felicidad y la educación

escuelaGregorio Luri, y no es el único -parece que se ha puesto de moda-,  antepone la felicidad, a no sé qué concepto,, porque, en su alegato ¿filosófico?, no están claras cuáles han de ser las premisas que deben prevalecer en la educación de los niños-los jóvenes. Lo que sí parece quedar muy clara es la contraposición entre felicidad y realidad como si ambos conceptos fueran antagónicos: Parece que la tesis fundamental del Sr. Luri es que si alguien es feliz, ese alguien está fuera de la realidad o, lo que sería peor, que alguien que viva en este mundo, con los pies en el suelo, que sea una persona disciplinada, que sepa ganarse la vida honradamente y por sus propios medios, no puede ser feliz.

Sus argumentos, no se sostienen y por ello cae en lo que yo llamaría demagogia dialéctica. ¡Qué bonita me ha salido esa frase! Ciertamente “demagogia dialéctica”, posiblemente no parezca un término demasiado adecuado ya que el diccionario de la Real Academia de la Lengua, reserva la palabra demagogia sólo para la cosa política. Pero a pesar de ello, me voy a permitir mantener dicho término, porque la propuesta de don Gregorio Luri, no está muy alejada de la tendenciosidad política y parece encuadrarse en tendencias filosóficas muy próximas al mecanicismo puramente materialista. Parece ser que, según su teoría, al hombre de mañana hay que educarlo en la utilidad a la sociedad a la que debe servir y, en esa misma utilidad encontrará que es útil a sí mismo.

Tal vez su concepto de felicidad no coincida con lo que consideramos que es la felicidad y de ahí su afirmación, extraña, diría yo, de que infelicidad no es lo opuesto a felicidad. Tal vez debería leer “Soledades en el silencio del atardecer”, mis pequeños ensayos sobre este tema y mis artículos sobre el sistema educativo. Es posible que esa lectura le resulte útil para que usted mismo alcance esa felicidad de la que, por lo que escribe, parece que carece.

Por supuesto que la frustración de las expectativas de cualquier hombre es una amenaza contra la cual debemos estar prevenidos, pero no para crear a un hombre sumiso ante tales contratiempos en su caminar, sino, por el contrario, con una fuerza de espíritu tal para que esas contrariedades sólo supongan baches a superar en el deambular por su existencia. Ese es precisamente el hombre feliz, el que convierte su vida en una continua alerta contra todo lo que intenta desviarlo de su camino. El que no se deja vencer por cuantos avatares obstaculizan sus perspectivas. El que sabe discernir, con claridad, entre lo posible y sus limitaciones. Esa es, Sr. Luri la educación que he querido para mis hijos y la que yo, en mis largos años de docencia he trasmitido

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